Efesios 1.15-23
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Ricos en Cristo: Estudio Expositivo de la Epístola a los Efesios (Capítulo 3: Mira tu Libreta Bancaria (Efesios 1:15–23))
Antes de estudiar las cuatro peticiones de Pablo en esta oración para iluminación, debemos notar dos hechos.
En primer lugar, la iluminación viene del Espíritu Santo.
- El es el Espíritu de sabiduría y revelación (Isaías 11:2; Juan 14:25–26; 16:12–14).
- El hombre, con su mente natural, no puede comprender las cosas de Dios. Necesita que el Espíritu lo ilumine (1 Corintios 2:9–16).
- El Espíritu Santo nos revela la verdad de la Palabra, y luego nos da la sabiduría para comprenderla y aplicarla. También nos da el poder—la capacidad—para practicar la verdad (Efesios 3:14–21).
En segundo lugar, esta iluminación va al corazón del creyente (1:18). Literalmente este versículo dice: “los ojos de vuestro corazón sean alumbrados”. Al hablar del corazón pensamos en la parte emocional del hombre, pero en la Biblia, corazón significa el hombre interior, e incluye las emociones, la mente y la voluntad. El hombre interior, el corazón, tiene facultades espirituales que son paralelas a los sentidos físicos.
El hombre interior puede ver (Salmo 119:18; Juan 3:3), oír (Mateo 13:9; Hebreos 5:11), gustar (Salmos 34:8; 1 Pedro 2:3), oler (Filipenses 4:18; 2 Corintios 2:14) y palpar (Hechos 17:27). Esto es lo que Jesús quería decir cuando le dijo a la gente: “…porque viendo no ven, y oyendo no oyen” (Mateo 13:13).
La incapacidad para ver y comprender las cosas espirituales no es culpa de la inteligencia, sino del corazón. Los ojos del corazón deben ser abiertos por el Espíritu de Dios.
Pablo oró para que los ojos de los creyentes efesios se abriesen para ver cuatro realidades espirituales:
Que Conozcan a Dios (Efesios 1:17b)
Que Conozcan a Dios (Efesios 1:17b)
17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,
Esto, por supuesto, es el conocimiento más elevado que se puede alcanzar. El ateo afirma que no hay Dios que podamos conocer, y el agnóstico declara que, si hay un Dios, no podemos conocerlo. Pero Pablo ha encontrado a Dios en la persona de Jesucristo, y él sabe que una persona no puede en realidad comprender mucho acerca de otras cosas sin tener conocimiento de Dios.
Esta ignorancia voluntaria en cuanto a Dios llevó a la humanidad a la corrupción y a la condenación. En Romanos 1:18sigs., Pablo describe las etapas en la regresión del hombre: De la ignorancia voluntaria en cuanto a Dios a la idolatría (sustituyendo la verdad con la mentira), a la inmoralidad y a la indecencia. ¿Dónde comienza esto? Comienza con una falta de disposición de conocer a Dios como Creador, Sustentador, Gobernador, Salvador y Juez.
El creyente debe crecer en su conocimiento de Dios. Conocer a Dios personalmente es salvación (Juan 17:3). Aumentar ese conocimiento cada vez más es santificación (Filipenses 3:10). Conocerlo perfectamente es glorificación (1 Corintios 13:9–12). Ya que fuimos hechos a la imagen de Dios (Génesis 1:26–28), cuanto mejor lo conozcamos, mejor nos conoceremos a nosotros mismos y los unos a los otros. No es suficiente conocer a Dios sólo como nuestro Salvador. Debemos llegar a conocerle como Padre, Amigo y Guía, y cuanto mejor le conozcamos, más satisfactoria será nuestra vida espiritual.
Un día, después de una lección bíblica, un creyente me dijo: “¡Me alegro mucho de haber venido! ¡Usted me dio dos buenos versículos para usar en contra de mi vecino malvado!” Es cierto que hay momentos en que usamos la Palabra de Dios como una espada para derrotar al enemigo, pero ese no es el propósito principal de la escritura de la Biblia.
Que Conozcan el Llamamiento de Dios (Efesios 1:18a)
Que Conozcan el Llamamiento de Dios (Efesios 1:18a)
efe 1.18b
18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,
La palabra llamado es un término importante en el vocabulario del creyente. La palabra iglesia es una combinación de dos palabras griegas que significan llamados fuera. Pablo nunca se cansó de testificar que Dios le había llamado “…por su gracia” (Gálatas 1:15); y le recordaba a Timoteo que el creyente tiene un “llamamiento santo” (2 Timoteo 1:9). Hemos sido llamados “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9), y aun a “gloria” (2 Pedro 1:3). Dios nos llama por su gracia y no por algún mérito que tengamos.
Pablo quiere que comprendamos cuál es la esperanza que tenemos como resultado de este llamamiento (Efesios 4:4). Algunos llamamientos no ofrecen esperanza alguna, pero el llamamiento que tenemos en Cristo nos asegura un futuro agradable. Ten siempre presente que la palabra esperanza en la Biblia no significa espero que así sea, como cuando un niño espera una muñeca o una bicicleta como regalo de Navidad. La palabra conlleva el sentido de seguridad para el futuro. La esperanza del creyente es, por supuesto, el regreso de Jesucristo por su Iglesia (1 Tesalonicenses 4:13–18; 1 Juan 3:1–3). Cuando estábamos perdidos, nos hallábamos “sin esperanza” (Efesios 2:12); pero en Jesucristo tenemos una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3) que nos anima día a día.
El doctor Kenneth Chafin, un autor bautista muy conocido, nos cuenta acerca de un pastor y un diácono que estaban visitando a futuros miembros de la iglesia y llegaron a una hermosa casa en una urbanización lujosa, rodeada por un césped que parecía una alfombra de terciopelo. En la entrada había dos costosos automóviles, y a través de la ventana panorámica, los hombres vieron al dueño recostado en un sillón y mirando el televisor a colores. El diácono se dirigió al pastor y dijo, “¿Qué podríamos darle a él que ya no tenga?”
Cuán propensos estamos a confundir precios y valores. Éfeso era una ciudad rica. Alardeaba con el Templo de Diana, una de las maravillas del mundo antiguo. Hoy, Éfeso es un paraíso arqueológico, pero toda su riqueza y esplendor han desaparecido. ¡Pero los creyentes que una vez vivieron allá ahora están en el cielo, disfrutando la gloria de Dios!
La esperanza que corresponde a nuestro llamamiento debe ser una fuerza dinámica en nuestra vida, que nos anime a ser puros (1 Juan 2:28–3:3), obedientes (Hebreos 13:17) y fieles (Lucas 12:42–48). El hecho de que un día veremos a Cristo y seremos come él debe motivarnos a vivir como Cristo hoy.
Que Conozcan las Riquezas de Dios (Efesios 1:18b)
Que Conozcan las Riquezas de Dios (Efesios 1:18b)
18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,
Esta frase no se refiere a nuestra herencia en Cristo (1:11), sino a su herencia en nosotros. Esta es una verdad asombrosa: ¡que Dios nos vea como parte de su gran riqueza! Tal como las riquezas de un hombre le dan gloria a su nombre, así Dios recibe gloria de la Iglesia por lo que él ha invertido en nosotros. Cuando Jesucristo regrese, seremos “para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6).
Dios nos trata a base de nuestro futuro, no a nuestro pasado. Al cobarde Gedeón le dijo: “…Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12). Al hermano de Andrés, Jesús le dijo: “Tú eres Simón… tú serás llamado Cefas (que quiere decir Pedro)” (Juan 1:42). Gedeón ciertamente llegó a ser un hombre poderoso y de valor, y Simón también llegó a ser Pedro, una roca. Por cuanto nosotros, los creyentes, somos la herencia de Dios, debemos vivir para agradarle y glorificarle hasta el regreso de Cristo.
Esta verdad nos sugiere que Cristo no entrará a su gloria prometida hasta que la Iglesia esté allá para compartirla con él. El oró por esto antes de morir, y esta oración será contestada (Juan 17:24). Cristo será glorificado en nosotros (2 Tesalonicenses 1:10), y nosotros seremos glorificados en él (Colosenses 3:4). El hecho de conocer esto debe guiar al creyente a una vida de dedicación y devoción al Señor.
Que Conozcan el Poder de Dios (Efesios 1:19–23)
Que Conozcan el Poder de Dios (Efesios 1:19–23)
efe 1.19-23
19 y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales,21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
Al hacernos su herencia, Dios nos ha mostrado su amor. Al prometernos un futuro maravilloso, ha fortalecido nuestra esperanza. Pablo presentó algunas cosas para estimular nuestra fe: “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos…” (v. 19). Tan grande es esta verdad que Pablo recurre a muchas palabras diferentes del vocabulario griego para enfatizar el concepto: dúnamis—“poder” como en dínamo y dinamita; enérgeia— “operación” como en energía; kratos—“fuerza”; ischus— “poder”. Pablo habla de dinámica divina, y energía eterna, a nuestra disposición.
Después de todo, ¿de qué vale tener riqueza si estás demasiado débil para utilizarla? ¿O si les temes tanto a los ladrones que no puedes en verdad disfrutarla? John D. Rockefeller fue el primer señor en el mundo de acaparar una fortuna de más de mil millones de dólares. Se dice que por muchos años vivió de galletas y leche por causa de problemas estomacales causados por la preocupación que lo agobiaba en cuanto a su riqueza. Rara vez dormía bien por las noches, y los guardias estaban constantemente a su puerta, ¡Rico, pero miserable! Cuando comenzó a compartir su riqueza con otros en grandes esfuerzos filantrópicos, su salud mejoró considerablemente y vivió hasta llegar a la vejez.
Nosotros, los creyentes, necesitamos poder por varias razones. En primer lugar, por naturaleza somos demasiado débiles para apreciar esta riqueza y apropiarnos de ella, y también para usarla como deberíamos hacerlo. “…El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Entregar esta vasta riqueza espiritual a un simple ser humano, que vive en la sabiduría y fuerza humanas, sería como darle una bomba atómica a un niño de dos años de edad. El poder de Dios nos capacita para usar la riqueza de Dios.
Pero hay una segunda razón por la cual necesitamos el poder de Dios. Hay enemigos que nos quieren robar nuestra riqueza (Efesios 1:21; 6:11–12). Nunca podríamos derrotar a estos adversarios espirituales con nuestro propio poder, pero sí podemos hacerlo a través del poder del Espíritu. Pablo quiere que conozcamos la grandeza del poder de Dios para que no dejemos de usar nuestra riqueza, y para que el enemigo no nos prive de la misma.
El poder se ve en la resurrección de Jesucristo. En el Antiguo Testamento, la gente medía el poder de Dios por la creación (Isaías 40:12–27) o por su milagro en el éxodo de Israel de Egipto (Jeremías 16:14). Pero ahora medimos el poder de Dios por el milagro de la resurrección de Cristo. Esto implica mucho más que el simple hecho de resucitarle de los muertos, ya que Cristo también ascendió al cielo y se sentó en el lugar de autoridad a la diestra de Dios. El no es solamente nuestro Salvador; es también Soberano (Hechos 2:25–36). Ninguna autoridad ni poder, humano o del mundo espiritual, es mayor que el de Jesucristo, el Hijo de Dios exaltado. El está “sobre todo”, y ningún enemigo futuro puede vencerle, porque ha sido exaltado “sobre todo” poder (Efesios 1:21).
¿Pero cómo aplica esto a nosotros? En los versículos 22 y 23, Pablo explica la aplicación práctica. Por cuanto somos creyentes, estamos en la Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo, y él es la cabeza. Esto significa que hay una relación vital entre Cristo y tú. Físicamente hablando, la cabeza controla el cuerpo y lo mantiene funcionando adecuadamente. Si se daña alguna parte del cerebro, se atrofiará o paralizará la parte correspondiente del cuerpo. Cristo es nuestra cabeza espiritual. Estamos unidos a él como miembros de su cuerpo, a través del Espíritu Santo. Esto significa que compartimos su resurrección, ascensión y exaltación. (Pablo ampliará esto más adelante.) Nosotros, también, estamos sentados en “los lugares celestiales” (2:6), y todas las cosas están bajo nuestros pies (ve 1:22).
Con razón Pablo quiere que conozcamos “…la supereminente grandeza de su poder para con nosotros…”. Sin este poder no podemos hacer uso de nuestra gran riqueza en Cristo.
Recuerdo haber ido al hospital con una señora que era miembro de nuestra iglesia para procurar conseguir que su esposo firmara un papel que la autorizara a retirar de su cuenta privada para poder pagar las cuentas. El hombre estaba tan débil que no podía firmar el papel. Finalmente tuvo que conseguir testigos para verificar la “X” en el documento. Su debilidad casi la privó de su riqueza.
El poder del Espíritu Santo, a través de Cristo quien resucitó y ascendió, está a disposición de todos los creyentes, por fe. Su poder es “para con nosotros los que creemos” (v. 19). Es la gracia que provee la riqueza, pero es la fe que se apodera de ella. Somos salvos “por gracia… por medio de la fe” (Efesios 2:8–9), y vivimos “por la gracia”, por medio de la fe (1 Corintios 15:10).
En los cuatro evangelios vemos el poder de Dios actuando en el ministerio de Jesucristo, pero en el libro de los Hechos vemos aquel mismo poder actuando en hombres y mujeres comunes, miembros del Cuerpo de Cristo. ¿Qué transformación ocurrió en la vida de Pedro entre el fin de los evangelios y el comienzo del libro de los Hechos? ¿Qué marcó la diferencia? El poder de la resurrección de Jesucristo (Hechos 1:8).
La carencia más grande de poder en la actualidad no está en nuestros generadores o tanques de gasolina. Está en nuestra vida personal. ¿Será respondida la oración de Pablo en tu vida? ¿Comenzarás, desde hoy, a conocer personalmente a Dios, su llamamiento, sus riquezas y su poder