Cristo, nuestro Rey y Sacerdote eterno - Salmo 110
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· 10 viewsExaltar a Cristo como el Rey y Sacerdote prometido en el Salmo 110, mostrando cómo su gobierno soberano y su sacerdocio eterno traen confianza, esperanza y victoria a su pueblo.
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Introducción:
Introducción:
Vivimos en un mundo muy inestable. Basta mirar alrededor para comprobar cómo la paz se nos escapa una y otra vez. En Colombia, y en cada rincón del mundo, las personas anhelan estabilidad, justicia, y seguridad. Pero la historia se repite constantemente: se firman tratados de paz, se hacen promesas de cambio, se establecen nuevos gobiernos; sin embargo, tarde o temprano la corrupción vuelve, la violencia se intensifica, y la injusticia sigue dominando.
Y esta realidad no se limita al ámbito político o social. También en nuestra vida personal sentimos esta misma frustración: ¿cuántas veces te has propuesto cambiar, mejorar, vivir diferente, sólo para encontrarte nuevamente con el mismo pecado, la misma debilidad, la misma lucha?
Nuestros esfuerzos humanos, por muy sinceros que sean, fracasan porque el problema fundamental no está en las circunstancias externas, sino en lo más profundo del corazón humano. Desde que el pecado entró al mundo, hemos buscado soluciones humanas para problemas espirituales, y todas han fracasado.
¿Qué necesitamos entonces?
Necesitamos algo más grande que promesas humanas, más fuerte que un tratado político, más profundo que una simple estrategia personal. Necesitamos un reino diferente, un gobierno perfecto, uno que pueda transformar no sólo las estructuras externas, sino nuestros corazones desde dentro.
Aquí es donde entra el Salmo 110
Este salmo no aparece aislado en la Biblia, sino que forma parte de una gran historia de esperanza. El Salmo 109 nos muestra a un rey angustiado, rodeado por enemigos, suplicando la intervención divina. Entonces, como respuesta a ese clamor de angustia, aparece el Salmo 110, que presenta la respuesta definitiva de Dios: un Rey superior a David, un gobernante eterno cuyo dominio es absoluto y cuya victoria está garantizada.
Este Salmo no es solo un cántico de esperanza, sino una declaración profética:
David, el gran rey de Israel, escribió este Salmo en un momento crucial. Aunque él mismo había sido escogido por Dios para gobernar, sabía que su trono no era suficiente.
Israel seguía rodeado de enemigos, el pecado aún estaba presente en su pueblo, y la justicia total no había llegado. Pero Dios le había prometido algo más grande: un descendiente suyo reinaría para siempre (2 Samuel 7:12-16). David entendió que la verdadera esperanza de su pueblo no estaba en su propio reinado, sino en un Rey venidero.
Dios le reveló que un día enviaría a un Rey con un dominio eterno, y por eso escribió:
“Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Salmo 110:1)
Jesús mismo citó este versículo en Mateo 22:41-46, mostrando que el Mesías no sería solo un hijo de David, sino su Señor.
Este Salmo nos revela a Cristo como el Rey que gobierna con justicia, el Sacerdote que intercede con gracia y el Juez que traerá justicia definitiva.
Si Cristo es el verdadero Rey, ¿estamos viviendo bajo su autoridad?
Si Cristo es nuestro Sacerdote, ¿confiamos en su intercesión o seguimos tratando de justificarnos?
Si Cristo traerá justicia final, ¿estamos listos para su regreso?
Hoy veremos tres aspectos del reinado y sacerdocio de Cristo que nos llevan a confiar en su dominio y redención:
1. Su reinado en medio de sus enemigos.
2. Su sacerdocio eterno según Melquisedec.
3. Su juicio y victoria final.
Este Salmo nos llama a tomar una decisión. Nos rendimos ante Cristo como nuestro Rey, o seguimos resistiéndolo. Nos refugiamos en su sacerdocio, o intentamos salvarnos por nuestra cuenta. Nos preparamos para su victoria, o seremos hallados entre sus enemigos.
Con esto en mente, abramos la Escritura y contemplemos el glorioso gobierno de nuestro Rey.
Salmo de David. Dice el Señor a mi Señor: «Siéntate a Mi diestra, Hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies». El Señor extenderá desde Sión Tu poderoso cetro, diciendo: «Domina en medio de Tus enemigos». Tu pueblo se ofrecerá voluntariamente en el día de Tu poder; En el esplendor de la santidad, desde el seno de la aurora; Tu juventud es para Ti como el rocío. El Señor ha jurado y no se retractará: «Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec». El Señor está a Tu diestra; Quebrantará reyes en el día de Su ira. Juzgará entre las naciones, Las llenará de cadáveres, Quebrantará cabezas sobre la ancha tierra. Él beberá del arroyo en el camino; Por tanto levantará la cabeza.
I. Su reinado en medio de sus enemigos (Salmo 110:2-3)
I. Su reinado en medio de sus enemigos (Salmo 110:2-3)
Nuestro texto inicia con una promesa que ya está cumplida. Dios le dijo al Mesías:
“Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; Domina en medio de tus enemigos.” (Salmo 110:2)
Esta no es una promesa futura. Cristo ya reina. Él no está esperando su trono, no está aguardando un momento para comenzar a gobernar. Dios ya ha enviado desde Sion la vara de su poder, y Cristo está dominando en medio de sus enemigos.
El Salmo nos presenta tres verdades sobre su reinado:
Jesucristo gobierna desde Sion
“Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder…” (Salmo 110:2a)
Este versículo establece el origen y la fuente del reinado del Mesías. La vara del poder del Mesías no viene de la voluntad de los hombres ni de la fuerza de los ejércitos. Su autoridad proviene de Dios mismo, y su trono está en Sion.
Pero, ¿qué significa esto?
Cuando David escribió este Salmo, Sion ya tenía un significado muy especial para el pueblo de Dios.
Sion era la ciudad de David, el lugar donde él estableció su trono después de conquistarla de los jebuseos (2 Samuel 5:6-7). Desde entonces, Sion se convirtió en el símbolo del reinado davídico, el centro del gobierno de Dios en la tierra.
Sion era el lugar de la presencia de Dios. Allí fue donde Salomón edificó el templo (1 Reyes 8:1), lo que hizo que el monte representara no solo la autoridad del rey, sino también la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Con el tiempo, Sion llegó a simbolizar el lugar donde Dios gobierna, donde su presencia habita y desde donde su justicia es establecida en la tierra. Los profetas hablaron de Sion como el lugar desde donde Dios gobernaría las naciones. Isaías 2:2-3 dice:
“Acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa de Jehová será establecido como cabeza de los montes… y correrán a él todas las naciones.”
Pero este reinado prometido en Sion no se refería solo a un gobierno terrenal, sino a algo mucho más grande: el reinado del Mesías desde el trono celestial.
Hebreos 12:22 nos da la clave para entender Sion en el Nuevo Testamento:
“Os habéis acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial.”
→ Esto significa que la verdadera Sion no es la Jerusalén terrenal, sino el trono celestial de Cristo. De manera que Cristo no está reinando desde la Jerusalén terrenal. Su trono está en el cielo.
Pedro en Pentecostés (Hechos 2:34-36) citó el Salmo 110 para declarar que Jesús ya estaba reinando desde el cielo.
Gálatas 4:26 nos dice que la Jerusalén celestial es nuestra madre. Así que, Sion representa el reino de Dios, del cual la Iglesia es parte.
Pablo en Efesios 1:20-22 nos dice que Cristo fue exaltado a la diestra del Padre y que todas las cosas han sido puestas bajo sus pies.
Esto significa que la verdadera Sion no es la Jerusalén terrenal, sino el reino celestial de Cristo.
Cuando el Salmo 110 dice: “Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder”,
Está afirmando que Dios ya ha investido a Cristo con plena autoridad, Cristo gobierna desde el cielo, pero su autoridad se extiende sobre la tierra.
¿Qué significa esto para nosotros hoy?
📌 Primero, implica confianza absoluta. No estamos esperando que tome el trono en el futuro. Su ascensión al cielo marcó el inicio de su reinado mesiánico. Aunque aún esperamos su regreso, su reino ya está avanzando.
📌 En segundo lugar, implica que nuestra ciudadanía está en el cielo, no en la tierra. Somos llamados a vivir como ciudadanos de ese reino, sujetos a su autoridad y reflejando su gloria en la tierra.
📌 Finalmente, significa que no hay poder humano que pueda frustrar el avance del reino de Cristo. Aunque los reinos de la tierra se levanten contra Dios, Cristo sigue en el trono, y nada puede detener su propósito redentor.
El Salmo 110 nos deja claro que Cristo ya está reinando desde Sion, desde su trono celestial. Su reino es espiritual y presente. Se manifiesta en la conversión de los pecadores, y su victoria final será completa cuando regrese en gloria.
El Salmo 110:2 no solo nos dice que Cristo reina desde Sion, sino que también describe la naturaleza de su reinado:
“Domina en medio de tus enemigos.”
Esta declaración es clave para entender la naturaleza del reinado de Cristo. No es un gobierno pacífico en el sentido de ausencia de oposición. Al contrario, el Salmo nos muestra que su reinado se ejerce en un contexto de conflicto y resistencia.
Desde el principio, la Escritura nos muestra que el reinado de Dios en la tierra ha sido desafiado por fuerzas rebeldes.
¿Por qué se sublevan las naciones, Y los pueblos traman cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, Y los gobernantes traman unidos Contra el Señor y contra Su Ungido, diciendo: «¡Rompamos Sus cadenas Y echemos de nosotros Sus cuerdas!».
Hechos 4:25-27 nos dice que este Salmo se cumplió en la crucifixión de Cristo. Los líderes judíos y romanos se unieron para oponerse al Mesías. Pero la oposición al reinado de Cristo no terminó con su crucifixión.
La iglesia primitiva fue perseguida porque proclamaba que “Jesús es el Señor” (Hechos 17:7).
Hoy, el mundo sigue resistiendo el señorío de Cristo a través de ideologías, persecuciones y sistemas de pensamiento que rechazan su autoridad.
Desde una perspectiva humana podría parecer que la oposición tiene ventaja. Pero aquí está la fuerza del Salmo 110: Cristo reina en medio de esos enemigos. Su trono nunca ha estado en peligro, y su victoria jamás ha estado en duda. La oposición del mundo no ha podido detener, ni siquiera disminuir, el avance de su reino.
Jesús mismo enfatizó esta verdad de manera impactante en Mateo 16:18, cuando declaró: «Edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.»
Reflexionemos cuidadosamente sobre esta imagen. Las puertas no son instrumentos ofensivos, sino defensivos. No atacan; más bien intentan resistir los ataques externos. Jesús está diciendo que no es la iglesia la que resiste los ataques del infierno, sino al revés: es el reino de Cristo el que avanza imparablemente, confrontando las fortalezas del pecado, derribando muros espirituales y conquistando corazones que antes eran esclavos del enemigo.
Cada conversión es una evidencia del avance de este reino. Antes de conocer a Cristo éramos enemigos de Dios, esclavos del pecado y del poder de las tinieblas (Efesios 2:1-5). Pero Cristo, en su misericordia, nos trasladó «del reino de las tinieblas al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13). Cada pecador que se rinde ante Jesús no solo es un alma salva, sino también un enemigo vencido por el poder soberano del evangelio.
Pero el dominio de Cristo no se limita a la conversión. Llegará el día en que aquellos que persisten en resistirlo enfrentarán su justo juicio. El apóstol Pablo dice en 2 Tesalonicenses 1:7-9 que Cristo regresará con sus ángeles en llama de fuego, trayendo juicio definitivo sobre todos aquellos que rechazan su señorío. Apocalipsis 19 describe este día como la victoria final del Rey, quien conquistará decisivamente a todos los enemigos que hoy se le oponen.
Mientras ese día llega, no debemos desanimarnos frente al avance aparente del mal. Al contrario, este Salmo nos anima a vivir confiados, sabiendo que Cristo gobierna soberanamente, y que nada ni nadie puede detener su propósito eterno. Las ideologías que hoy parecen tan fuertes un día caerán ante la autoridad suprema de Cristo. Los sistemas políticos que hoy pretenden definir el destino del mundo están en manos del Rey celestial. Incluso las estructuras culturales que se han construido para resistir al evangelio serán derribadas finalmente por el poder invencible de Cristo.
Queridos hermanos, Cristo reina. Su dominio avanza. Su victoria es segura. No estamos llamados a vivir con temor ante el enemigo, sino a unirnos a Cristo en esta victoria segura, proclamando con valor y confianza la verdad del evangelio.
Después de declarar que Cristo domina en medio de sus enemigos, el Salmo 110:3 nos muestra un contraste impresionante:
“Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad; desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud.”
Mientras los enemigos de Cristo resisten su autoridad, su pueblo se rinde voluntariamente a Él. Mientras los rebeldes luchan contra su dominio, sus seguidores se someten con gozo.
Aquí encontramos una verdad profunda: el gobierno de Cristo no es impuesto a su pueblo por la fuerza, sino que es aceptado con amor y devoción.
“Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder.”
Este versículo nos enseña algo crucial:
Cristo no tiene súbditos forzados.
Su pueblo no es reclutado contra su voluntad.
Los que le pertenecen vienen a Él por amor y gratitud.
En el Antiguo Testamento, cuando Dios llamaba a su pueblo a la guerra, algunos eran reclutados a la fuerza. Pero el ejército de Cristo es diferente.
En el día de su poder, su pueblo se ofrecerá voluntariamente
Esto nos recuerda la obra del Espíritu Santo en la conversión:
Nos da un nuevo corazón.
Nos hace desear lo que antes rechazábamos.
Nos transforma en seguidores dispuestos del Rey. Filipenses 2:13 dice: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.”
Si hoy seguimos a Cristo, no es porque fuimos obligados, sino porque su gracia nos conquistó.
“En la hermosura de la santidad; desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud.”
Esta es una imagen poética que describe al pueblo de Dios como un ejército glorioso y santo.
“En la hermosura de la santidad” Significa que el pueblo de Dios no solo es numeroso, sino santo. No es un ejército carnal, sino un pueblo transformado en justicia y verdad.
“Desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud” Sugiere renovación constante y frescura espiritual. Como el rocío que aparece cada mañana, el pueblo de Cristo es renovado continuamente por su gracia. Isaías 40:31 dice: “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.”
El pueblo de Cristo no es débil ni desorganizado. Es un ejército santo, fortalecido por Dios, renovado constantemente y listo para la batalla espiritual.
Efesios 6:10-11 nos dice: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.”
Nuestra guerra no es con armas físicas, sino con la verdad, la fe y la obediencia a Cristo.
Después de declarar el reinado absoluto de Cristo, el Salmo 110 introduce una verdad aún más asombrosa: Cristo no es solo Rey, sino también Sacerdote.
II. Su sacerdocio eterno según Melquisedec (Salmo 110:4)
II. Su sacerdocio eterno según Melquisedec (Salmo 110:4)
“Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”
Este versículo nos revela una realidad crucial sobre la obra de Cristo:
No solo gobierna con autoridad, sino que intercede con gracia.
No solo tiene poder para reinar, sino que tiene misericordia para salvar.
No solo somete a sus enemigos, sino que reconcilia a su pueblo con Dios.
“Juró Jehová, y no se arrepentirá…”
Dios no suele hacer juramentos, porque su palabra es suficiente. Sin embargo, en momentos cruciales de la historia redentora, Dios hace promesas irrevocables.
Algunos ejemplos en la Biblia:
Dios juró a Abraham que su descendencia sería bendición para todas las naciones (Génesis 22:16-17).
Dios juró a David que su trono sería eterno (Salmo 89:3-4).
Dios jura aquí en el Salmo 110 que el Mesías sería sacerdote para siempre.
Cuando Dios jura, significa que:
Lo que promete es inmutable.
Lo que declara es definitivo.
Nada podrá revocar su palabra.
Hebreos 7:20-21 explica la diferencia entre los sacerdotes levíticos y Cristo:
“Por cuanto no fue sin juramento; porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre.”
Dios nunca prometió que los sacerdotes levíticos durarían para siempre. Pero aquí sí lo jura sobre Cristo.
Esto significa que:
El sacerdocio de Cristo es eterno.
No puede ser reemplazado.
No depende de linajes humanos ni de rituales temporales.
El sacerdocio de Cristo es inmutable porque Dios lo ha establecido de manera irrevocable.
“Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.”
Para entender esta declaración, debemos conocer a Melquisedec, un personaje misterioso que aparece en Génesis 14:18-20.
Era rey de Salem (probablemente Jerusalén).
También era sacerdote del Dios Altísimo.
Bendijo a Abraham y recibió de él los diezmos.
Esto es sorprendente porque en Israel los reyes y los sacerdotes eran roles separados. En el Antiguo Testamento:
Los reyes venían de la tribu de Judá.
Los sacerdotes venían de la tribu de Leví.
Nadie podía ser ambos.
Cuando el rey Uzías intentó usurpar el sacerdocio, Dios lo castigó con lepra (2 Crónicas 26:16-21).
Sin embargo, Melquisedec es una excepción.
Él era rey y sacerdote al mismo tiempo.
Su sacerdocio no dependía de una genealogía.
Su función era superior al sacerdocio levítico.
Hebreos 7:1-3 dice: “Este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo… sin padre, sin madre, sin genealogía, que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.”
Melquisedec fue una figura que anticipó a Cristo.
Su sacerdocio no era temporal, sino eterno.
No necesitaba una descendencia levítica, sino que era escogido directamente por Dios.
Su ministerio no se basaba en rituales terrenales, sino en una relación directa con Dios.
Cristo no es sacerdote según el orden de Aarón. Él es sacerdote según el orden de Melquisedec: un sacerdocio superior, eterno y divino.
Cristo cumple el sacerdocio de Melquisedec de manera perfecta:
📖 Hebreos 7:24-25 dice:
“Este, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.”
Los sacerdotes levíticos morían y eran reemplazados. Cristo vive para siempre e intercede continuamente por nosotros.
Los sacerdotes levíticos eran escogidos según su linaje. Cristo fue escogido por el juramento de Dios, no por descendencia humana.
Los sacerdotes levíticos ofrecían sacrificios diarios porque los animales no podían quitar el pecado. Cristo ofreció un sacrificio único y suficiente: su propia vida.
📖 Hebreos 9:24-26 declara:
“Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.”
Melquisedec significa “Rey de justicia” y era rey de Salem, que significa “paz.” Cristo es el único que trae justicia y paz verdadera.
¿Qué significa esto para nosotros?
Tenemos un mediador eterno ante Dios No necesitamos sacerdotes humanos para interceder por nosotros. Cristo es nuestro sumo sacerdote y aboga por nosotros continuamente (1 Juan 2:1).
Nuestro pecado ha sido tratado de una vez y para siempre. Si estamos en Cristo, nuestro pecado ha sido completamente perdonado. No necesitamos sacrificios adicionales, penitencias o rituales para ser aceptos ante Dios.
Podemos acercarnos confiadamente a Dios: Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” No estamos solos ni desamparados. Tenemos un sumo sacerdote que nos entiende y nos recibe con misericordia.
Somos llamados a vivir en justicia y paz: Si Cristo es nuestro Sacerdote-Rey, nuestra vida debe reflejar su justicia y su paz. Vivimos en un mundo de injusticia, pero nosotros representamos su reino.
El Salmo 110 ha revelado a Cristo como Rey que gobierna desde Sion y como Sacerdote que intercede por su pueblo. Ahora nos muestra otra faceta fundamental: Cristo es el Juez que traerá justicia y victoria definitiva.
III. Su juicio y victoria final (Salmo 110:5-7)
III. Su juicio y victoria final (Salmo 110:5-7)
“El Señor está a tu diestra; quebrantará a los reyes en el día de su ira. Juzgará entre las naciones, las llenará de cadáveres; quebrantará la cabeza en muchas tierras. Del arroyo beberá en el camino, por lo cual levantará la cabeza.”
Estos versículos presentan una escena de juicio y guerra. El Mesías no solo es un Rey benevolente y un Sacerdote compasivo, sino también un Guerrero divino que ejecuta justicia sobre sus enemigos.
Veamos tres aspectos del juicio de Cristo en este pasaje:
“El Señor está a tu diestra; quebrantará a los reyes en el día de su ira.”
En el versículo 1, el Mesías estaba sentado a la diestra de Dios, pero ahora se dice que “el Señor está a tu diestra”. En la antigüedad, el guerrero más poderoso se situaba a la derecha del rey en el campo de batalla, para protegerlo y luchar a su favor.
La imagen aquí es que Dios mismo está fortaleciendo a su Ungido en la batalla final. Cristo no pelea solo, sino que el Padre le asegura la victoria.
El día de su ira es el día del juicio. La Biblia habla repetidamente de este día como un tiempo de intervención divina en la historia para juzgar a los enemigos de Dios. Isaías 2:12 dice: “Porque el día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo el que se enaltece, y será abatido.”
Cristo no es un Rey pasivo ni un Juez indiferente. Aunque hoy el mundo parece desafiar su autoridad sin consecuencias, este pasaje nos asegura que el juicio es inevitable.
“Juzgará entre las naciones, las llenará de cadáveres; quebrantará la cabeza en muchas tierras.”
El juicio del Mesías no será un evento aislado ni parcial. Todas las naciones serán sometidas a su autoridad. En Mateo 25:31-32, Jesús dice que en su segunda venida reunirá a todas las naciones y separará a los justos de los impíos.
La expresión “llenará de cadáveres” es fuerte, pero muestra la realidad de su victoria. Este lenguaje se repite en Apocalipsis 19, donde se describe el juicio final de Cristo sobre los reyes de la tierra que se rebelan contra Él.
La frase “quebrantará la cabeza en muchas tierras” nos remonta a Génesis 3:15, donde Dios prometió que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Este pasaje nos muestra que Cristo consumará esa promesa al destruir a todos sus enemigos, incluido Satanás mismo.
Cristo ya ha vencido en la cruz, pero su victoria será plenamente manifestada en su regreso. Ahora reina, pero vendrá un día en que toda rodilla se doblará ante Él.
“Del arroyo beberá en el camino, por lo cual levantará la cabeza.”
Esta imagen puede parecer extraña, pero en el contexto de la guerra tiene un significado claro. Un guerrero en batalla no se detiene hasta completar su misión. Beber agua del arroyo simboliza renovación en medio de la lucha. Cristo no se detendrá hasta que toda su obra esté consumada.
Levantar la cabeza es un símbolo de victoria y honor. Es la imagen de un Rey que ha concluido su misión y se yergue con autoridad absoluta. Filipenses 2:9-11 dice que Dios lo exaltó hasta lo sumo y le dio un Nombre sobre todo nombre, para que toda rodilla se doble ante Él.
Cristo no solo pelea la batalla, sino que la gana con total soberanía. Su victoria es segura y su reinado será glorioso.
El Salmo 110 nos muestra a Cristo como el Juez victorioso. Su victoria es segura, su juicio es inevitable y su gloria es incuestionable.
Cristo vendrá, y cuando lo haga, su juicio será definitivo. La pregunta no es si esto ocurrirá, sino si estamos preparados.
Conclusión: El Rey, el Sacerdote y el Juez Soberano
Conclusión: El Rey, el Sacerdote y el Juez Soberano
Hemos contemplado el glorioso gobierno de Cristo en el Salmo 110. Lo hemos visto exaltado como el Rey que gobierna en medio de sus enemigos, como el Sacerdote eterno que intercede por su pueblo y como el Juez que traerá justicia y victoria final.
Pero la gran pregunta es: ¿cómo respondemos a esta verdad?
No podemos permanecer neutrales. El Salmo 110 nos presenta una realidad ineludible: Cristo ya está reinando, su sacerdocio es efectivo y su juicio es seguro.
Si esto es cierto, entonces debemos preguntarnos:
Si Cristo es nuestro Rey, ¿vivimos bajo su autoridad o seguimos gobernando nuestra propia vida?
Si Cristo es nuestro Sacerdote, ¿descansamos en su gracia o seguimos tratando de justificarnos?
Si Cristo es nuestro Juez, ¿estamos listos para su regreso o vivimos como si este mundo fuera lo único que importa?
Este Salmo nos deja con solo dos caminos: rendirnos ante Cristo o enfrentarnos a Él.
La buena noticia es que hoy es el día de su gracia. Antes de venir como Juez, sigue extendiendo su cetro de misericordia, llamando a los pecadores al arrepentimiento.
Si aún no te has rendido a su gobierno, no esperes más. Él no solo es un Rey soberano, sino un Sacerdote que intercede por los que se acercan a Él con fe. Ven a Cristo hoy, porque aún hay oportunidad de hallar gracia antes de que venga el día de su justicia.
Y si ya has confiado en Él, este Salmo nos llama a vivir con gozo y firmeza. Cristo reina, su Reino avanza, y nada puede detenerlo
Así que no temamos a los enemigos del Evangelio, no nos desanimemos por la maldad del mundo, y no vivamos como si la victoria de Cristo fuera incierta.
Porque al final, cuando todas las naciones se hayan postrado, cuando toda oposición haya sido silenciada, cuando el Rey haya sometido a sus enemigos y levantado su cabeza en victoria, solo quedará un nombre exaltado sobre todos:
Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de señores.
¿De qué lado estarás en ese día?
A Él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.